domingo, 17 de junio de 2012

POCO A POCO, Y CON BUEN PASO


Desde siempre, las personas nos hemos planteado interrogantes que nos han surgido al ser una especie inteligente y con conciencia. Uno de ellos, que lleva “dando la tabarra” cientos de años, es la justicia. Es decir: qué es justo y qué no lo es. Pueden parecer unas cuestiones muy simples cuando las aplicamos a ciertos aspectos de la vida en sociedad, como por ejemplo el robo, el asesinato, la corrupción… Todos tenemos muy claro que son delitos que dañan a la sociedad o a personas en concreto, y que por tanto deben tener un castigo. Hasta ahí, bien. El problema llega cuando hay que aplicar dicho castigo al infractor, porque, como todos también sabemos, no es lo mismo robar que asesinar, y por tanto no se puede aplicar siempre la misma condena. Normalmente, los crímenes que atentan directamente contra la vida de las personas reciben un mayor castigo. Sin embargo, este castigo tampoco es el mismo en todos los casos. El dilema está en qué grado de castigo aplicar según el crimen y su repercusión. Y este grado ha ido variando, evolucionando con nosotros y nuestra mentalidad a lo largo de nuestro millón y medio de años de existencia.
Al principio de la especie, la ley vigente era la más clara y dura que ha existido y existe, aún, en los animales: la famosa ley del más fuerte. Es decir, el más poderoso se lo lleva todo, y el más débil muere aplastado por él. Pero, ¿esto ocurría solo hace un millón y medio de años? Mmm… Si comparamos esto con las empresas actuales, que funcionan con tecnología punta y que son la cumbre del comercio actual, la verdad, me cuesta mucho ver la diferencia.
Después de unos siglos de existencia, empezamos a crear comunidades en las que, más o menos, se cooperaba. Entonces, nuestra característica avaricia, (que ha perdurado a lo largo de los años, y que aún sigue aquí con nosotros), despertó, y nos dimos cuenta de que no solo queríamos nuestras tierras para nosotros, sino también las del vecino. Las guerras en las que nos matábamos, y la destrucción que provocábamos, no nos hicieron entrar en razón. Al contrario. Un sentimiento nuevo, surgido de lo más profundo de nuestro ser racional, vio la luz, y con un éxito tan grande que dejaría marcado el odio mutuo que sentimos los unos por los otros para siempre: la venganza. Si tuviéramos que pensar y contar las muertes justificadas por esta razón… Creo que nos daría para hacer varios libros, y bastante gorditos. Pero para poner un poco de orden, alguien dijo:          “  Oye, en vez de matar a cuatro cada vez que nos maten a uno, vamos a matar a uno solo, y así todo será más justo”. La también famosa ley del “ojo por ojo, diente por diente”. Cuando hoy día nos la planteamos, nos llevamos las manos a la cabeza, pero, oye, en aquel tiempo tuvo un exitazo.
Habría que esperar otro puñado de siglos para que surgiera un código, más menos justo, de leyes generales, y otro puñado para ver un sistema en el que estas leyes funcionasen, en vez de entorpeciendo la vida, haciéndola más fácil. Pero, a todo esto, ¿quién tiene derecho a crear una ley que diga cómo debemos comportarnos? Porque, ¿quién es más dueño de nosotros que nosotros mismos? ¿Quién puede decirnos qué nivel de libertad tenemos? Nadie, desde luego, pero debemos entender que nuestra libertad no es ilimitada. Como se suele decir, la libertad de uno acaba cuando empieza la del otro.
Si bien nuestro sistema de leyes no es ni mucho menos perfecto, ya que se siguen dando, día a día robos, asesinatos y corrupción, entre otros crímenes a los ya nos hemos acostumbrado, hay que mirar el lado positivo: hemos avanzado muchísimo, tanto en leyes como en penas que castiguen los delitos. Pero lo más importante, es que sigue habiendo gente que se mueve por hacer la vida, (no solo la suya, ni la de sus seres queridos, sino también la de toda la humanidad) más justa. Mejor ir poco a poco y con buen paso.

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